Lejos de ser una ausencia, el vacío en el wabi-sabi es un espacio de contemplación. Exploramos cómo esta estética redefine el uso del espacio en las galerías contemporáneas.
El wabi-sabi comparte con el minimalismo cierto amor por la contención, pero lo lleva más allá: el vacío no es solo un recurso visual, sino una metáfora vital. En una obra wabi-sabi, lo que no está dicho, lo que apenas se insinúa, cobra una potencia emocional inesperada.
Para una galería, esto supone un reto y una oportunidad: instalar una pieza wabi-sabi implica dejar espacio para el silencio, para la pausa. Es una curaduría que valora lo sutil por sobre lo espectacular. La presencia no se impone, se percibe. Y eso genera una conexión única con el espectador.
El arte wabi-sabi no necesita gritar. Su fuerza está en lo que deja abierto.
